domingo, 15 de julio de 2018

TEXTO EN GUÍA CUATRO VALLES





4. Toques de campanas Cobijadas en torres y espadañas de iglesias, santuarios, monasterios y ermitas, las campanas extienden por todos los rincones el sonido avisador de los oficios religiosos. Pero en otro tiempo, el toque de las que poseían las iglesias implicaba una función comunitaria mucho más amplia y determinante, pues a los de alba, Ángelus, misa, Ánimas, Rosario, novenas, catequesis, viáticos, funerales, exequias, misas de cabo de año, bodas, nacimientos y bautizos, se sumaban aquellos otros de carácter social que también regularon la vida de los pueblos en lo cotidiano y en lo excepcional. La importancia de las campanas fue tan relevante, que resultó necesario instituir el oficio de campanero. No obstante, a falta de éste, el sacristán, los monaguillos o los propios vecinos se encargaban de hacer los toques, mientras que el día de la fiesta grande era asunto de los mozos. Según fuese el diseño del yugo que hacía posible su instalación, hay campanas fijas y móviles. Las primeras se hacen sonar únicamente a “badajo”, es decir, accionándolas con una cuerda o cadena. Cada golpe constituye lo que se llama una badallada. También pueden tocarse por medio de un veloz y diestro “repique”. Las móviles, al poder girarlas 360º sobre su eje, permiten tocarlas a “volteo”, esto es, “echándolas al vuelo”, para lo que hace falta fuerza por parte de los mozos, que eran y son los encargados de hacerlas girar, impulsándolas desde la melena del armazón del yugo. En el caso de no poder “voltearlas”, se bandean, esto es, moverlas en un ángulo no superior a 90º. Cuando no hay badajo, los toques se efectúan mediante golpeo exterior, para el que los tañedores con frecuencia emplean Campanero. Cubillas de Arbas 14 una piedra. No obstante, si cada campana tiene su sonido, cada campanero tiene su “mano”, sobre todo a la hora de “repicar”, al igual que cada pueblo, posee sus propios “toques”. En cuanto a los toques de índole concejil, uno de los más peculiares fue el de “nube” o “nublo”, con el objeto de conjurar y ahuyentar las tormentas, empleándose una conocida regla nemotécnica que marcaba el ritmo y que era como sigue: “Tente nube / tente tú / que más puede / Dios que tú”. En algunos pueblos de Omaña la campana se ponía boca arriba después de hacer este toque, amparándose en la creencia de sus poderes casi mágicos, reforzados por la sacralidad del instrumento y por la protección que suponía haber sido bendecida bajo alguna santa advocación, especialmente la de Santa Bárbara. También en la comarca omañesa se tocaban con un fin previsor, de modo que los primeros viernes desde marzo a mayo se hacían sonar antes del amanecer. En Ferreras y Morriondo las Ordenanzas establecían que desde el primero de marzo hasta el día de Nuestra Señora de Septiembre, cada vecino estaba obligado a “tocar a truena” antes de que saliese el sol, con el objeto de proteger las cosechas. Si los toques religiosos y de difuntos han permanecido en mayor número de casos, aquellos que obedecían a la función social que determinaban los Concejos, se han ido diluyendo en el silencio, en un silencio que también empieza a ser olvidado.

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